Quién soy

 

Begoña Luaces (Zaragoza, 1956), licenciada en Historia Contemporánea por la Universidad de Granada (1974-1979).


Inicia su contacto con el dibujo artístico y la pintura en la Escuela de Artes y Oficios de Granada durante la década de los años 70.


A partir de 2005 retomó su formación con los pintores Jorge Bayo y Fermín Ramírez de Arellano.

Begoña Luaces, para quienes tenemos el placer de conocerla, es ella misma una concentración de color: lo es en su forma de vestir, en la elección de los objetos que la adornan y, si se nos permite la sinestesia, en su gestualidad y en su expresividad verbal que colorea sus experiencias y sus vivencias, de las más importantes las más banales, con los mismos tonos contundentes, vivos y a la vez matizados y cálidos con los que compone sus cuadros. Es además una mujer, culta y activa, con una profunda vinculación con el mundo oriental, especialmente con la India, del que probablemente ha interiorizado parte de la sabiduría y elegancia en la fusión cromática, la misma que reflejan sus cuadros, nunca excesivos en la utilización de los tonos brillantes y encendidos, de los oros y las platas. Es posible también que de ese orientalismo natural que la pintora tiene, surja la fascinación por las formas aisladas, puras, ornamentadas solo con el color y puestas de relieve en su valor más esencial que divisamos, por ejemplo, en sus Omms, donde el color resalta y subraya la armoniosa composición gráfica de la antigua plegaria.


Sin embargo, hay algo más en estas obras. No es solo –y no sería poco- el trabajo artesano y paciente con el que la pintora construye la textura de sus cuadros: lo que sostiene, está por debajo y al mismo tiempo ensalza el color. No es solo descubrir en ellos la utilización de materias inusuales, a veces sobrias y ásperas en origen (tierras, vendas, tejidos…) a las que la artista modula y moldea, y manipula, en el sentido técnico y también simbólico. No es solo la meditada arquitectura de sus composiciones, con la centralidad otorgada a la forma, una forma llena que emerge, excede y satura unos lienzos sin marco cuyos fondos contrastados, trabajadísimos, se transforman, a su vez, en horizontes sobre los que esos enormes objetos (frascos, sombreros…) acaban adquiriendo un nuevo sentido.


Es, además de todo eso, la presencia entre líneas de una ironía sonriente y cómplice, que nos pone frente a objetos que en sí inducen sutilmente a la reflexión y a la duda, duda que surge de la tergiversación del valor simbólico de esos mismos objetos como la que los cuadros nos proponen. Frascos de perfume en los que el cristal ya no encierra olores, sino colores, sombreros inmensos apoyados sobre frágiles cuellos y rostros sin rasgos, corpiños que ciñen cuerpos volátiles, Omms ofrecidos no para ser dichos, sino para ser vistos y tocados.


Se divisa en la propia elección de estos objetos el guiño de una feminidad inteligente y reflexiva. Los maniquís que sostienen los corpiños de la pintora, son el símbolo tradicionalmente usado para expresar la identificación del hombre con una materia perecedera, porque el maniquí está destinado a desaparecer del traje que lleva, como una imagen admirable pero efímera que será sustituida por un cuerpo real. Los sombreros, un tocado que protege y adorna cabezas selectas y, dentro de ellas, pensamientos. Los frascos, continentes de perfumes, pero que Vigny consideraba uno de los símbolos de la ciencia y del saber humano, dado que encierran elixires exclusivos y embriagantes.


Y todo ello subrayado por las elecciones cromáticas, no menos conscientes y significativas: naranjas, el color más actínico, que simboliza el equilibrio entre el espíritu y la libido, verdes y malvas, los colores asociados en Oriente con la íntima profundidad del yo, oros y platas, representaciones ancestrales del color perfecto y reflejante.


Los cuadros de Begoña Luaces, son también pequeñas poesías, en las que la aparente marginalidad del detalle, otorga sentido al todo y le da coherencia, en los que la autonomía del significante, sostiene el valor del significado. Y si fuera un poeta, Begoña Luaces sería seguramente un Rimbaud postmoderno y femenino y nos sugeriría el color de las vocales, el color del sonido, de la comunicación y, en el fondo, de la vida.


          Aurora Conde (Facultad de Filología Italiana, Universidad Complutense, Madrid)